sábado, 14 de agosto de 2010

Valpo, el testigo.


Cuando iba pensando ese día, en la calle, me di cuenta.
Esquinas rojas, escaleras, atracción para turistas, grito y plata de los autóctonos de aquellas calles.

Estaba la ahí la mujer de pelos rojos, negros, de baja estatura y bella como ninguna otra.

Desde ese momento, solo pienso en ella. El vaso de felicidad de mi interior cada día se ensancha más y no se si le pueda seguir el ritmo a este amor.
Quizás somos mucho juntos, quizá más que eso, quizás no tanto para palabras ajenas, que resbalan como limo verde del zapato del héroe de este cuento. Pero no lo pueden saber. No lo sabrán. Solo alguno de nosotros lo puede saber, nuestra complicidad nos une aún más: cuanto nos podemos querer?
Si contestara acá, me cagaría de la risa de pura felicidad aunque ustedes nunca escucharán esas risas. Pero es demasiado evidente como para para sólo no nombrarlo.

Felinos, come-zanahorias, bonitos, corazones unidos, atados al hecho de amarnos sin ningún lugar para recurrir más que el espacio mínimo que hay entre tu y yo abrazándonos.

Aunque, es el único lugar al que quiero ir cada día, para desatar mis llamas sobre tí y aún poder sentir tus flamas en cada beso, tal como ese primero que vió Valpo aquel día, recordado por nuestros labios en cada despertar... en cada pensar.